Uno de los más grandes médicos fue Claudio Galeno (129-199 dC), que era griego, pero comenzó a ejercer la medicina en Roma. Primero fue nombrado cirujano en una escuela de gladiadores, donde pudo adquirir gran experiencia curando heridas. Hizo importantes descubrimientos: siguiendo en parte las enseñanzas de Hipócrates, el fundador de la medicina antigua, demostró que en las arterias corre sangre y no aire como hasta ese momento se había creído. Además, probó que la sangre era impulsada en estos vasos por el corazón, que funciona como una bomba. Galeno escribió un tratado titulado “Arte médico”.
Otro personaje destacado, el galo Aulo Cornelio Celso, vivió en Roma en el siglo I y más que médico fue un enciclopedista sobre medicina. De él nos ha llegado un texto, De Re Medica Libri Octo, que constituye una de las más completas y claras obras de la antigüedad sobre el tema.
Para los desdichados enfermos sometidos a operaciones quirúrgicas en esa época, los únicos anestésicos eran el jugo de mandrágora y la atropina. Sin embargo, la cirugía estaba mucho más adelantada que la terapéutica. En efecto, de las excavaciones de Pompeya se han extraído numerosos instrumentos quirúrgicos que revelan una técnica avanzada. Es lógico que un pueblo dedicado a las armas se interesase por la cirugía más que por los medicamentos.
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